Descubrimientos sobre el trazo único
Empecé a practicar la técnica Sumi-e por el interés que me despertaba que fuese una práctica común entre los monjes Zen.

Muchas veces no eran obras en las que se pudiese observar un dominio de la técnica extraordinario. Lo que si era innegable era la capacidad de transmisión que tenían, esto es, eran obras que no te dejaban indiferente, estaban llenas de historia y de frescura.
En este punto debo señalar que lo que escribo es lo que está siendo mi experiencia en las clases de Sumi-e que organizamos en Art Meditation Lab.
Uno de los descubrimientos que no deja de fascinarme y que suceden con esta técnica debido principalmente al innegociable trazo único es la belleza que hay siempre detrás de la verdad del ejecutante. ¿A qué me refiero con esto? Principalmente a tres cosas.
1.- El Qí en el trazo, cuando una persona está pintando desde un estado interior de presencia, libre de toda su psicología, el trazo se llena de vida, de ganas de observarlo, de una vibración que va más allá de la razón pero que conecta notablemente con el espectador y con lo representado. La esencia de los reflejado en el papel o del momento está ahí, en una mancha de tinta.
2.- Todos llevamos un Buda dentro, una de las máximas del budismo, esto es, todas las personas, cuando son quienes son, en conexión con su ser interno, están llenas de belleza y producen un trazo lleno de verdad y frescura que agrada y conecta al espectador...y a ellos mismos. Cuando me refiero a belleza me refiero a un estado vibratorio no necesariamente representativo del concepto de belleza al uso.
¿por qué afirmo un buda dentro?, porque ese trazo "primigenio" que buscamos en la práctica está lleno de maravilla, de "el universo expresándose a través de ti", y tú estás ahí, en complicidad, en quietud...
3.-La mente del ejecutante enseguida entiende y vislumbra lo que es proyectarse y la poco necesidad que hay de ello para que surja el Arte. Quitarse de en medio para dejar que el arte suceda deja de ser una entelequia, su comprensión es una mágnifica manera de empezar a ver la realidad tal y como es, para adquirir la mirada simple.
Es un entrenamiento llegar a ese trazo único, pero es también un camino, el Do, una práctica que es inevitable se vuelva una transformación personal que siempre nos lleva a vivir en mayor quietud y sabiduría. En mayor plenitud.